miércoles, 11 de septiembre de 2013

Sólo tenían las naves...

Perseidas 33Ediciones
Caricias y Batallas Ágora Editorial
Sólo tenían las naves...
(Microrrelato)


Los Ángeles, California. 1963.

Cuando escuchó la puerta cerrarse tras él, supo que algo andaba mal.
—¿Todo bien, Wes? —exclamó ella desde el salón.
—No —fue la derrotada respuesta. Claro que no, cómo habría de estar bien.
Aún en shock y sobre el recibidor, dejó caer la placa y la pistola como dos pesadas e inútiles piedras.
—Te dije que no fueras...
No contestó. Tenía mucha prisa. Recogió un sobre grande escondido en el fondo de un cajón de su mesa de trabajo, e hizo ademán de marcharse.
Al pasar frente a ella, ésta le preguntó:
—¿Te vas? Al menos cuéntame algo de lo que ha pasado, ¿no?
El hombre se paró en seco sin molestarse en ocultar su afligida mirada.
Tiene razón.
Fue hasta la cocina, regresó al salón con un baso de agua, y se sentó en el viejo sillón donde ambos disfrutaran tantas veces de tranquilas veladas frente al televisor.
Su rostro, desencajado, comenzó a hablar sin dejar de mirar el sobre que ahora abría con fruición:
—No puedo más —dijo perdiéndose en sí mismo—. Ya, no puedo más.
Mientras ojeaba las páginas del dossier extraído del sobre, se explicó—. El otro día, casi veo esparcir los sesos de un conductor de autobuses a manos de una niña de quince años. Esta noche, acabamos de recoger los cadáveres de un pobre muchacho de color de edad parecida, junto con el de sus dos hermanos de diez y ocho. Las tres criaturas —su voz ahí se quebró— yacían juntos en una mugrienta salita de estar, entre cartones, víctimas de una sobredosis.
Por tratar de apaciguarle, ella le dijo:
—Como otras veces, ¿no?
—No, hoy no.
La mujer dejó definitivamente lo que estaba leyendo y le miró sorprendida:
—¿Por qué?
En sus ojos desolados reventó un enérgico coraje reprimido desde hacía demasiado tiempo. 
—Porque me he dado cuenta —escupió— de por qué la oscuridad invade la inocencia de esos chicos.
Ella sintió curiosidad.
Aferrado a aquel amarillento dossier que por miedo había ocupado el fondo del cajón, dijo:
—Lo hace, porque el pobre alma de esos perdidos y asustados muchachos no encuentra otra cosa con qué alimentarse más que vacío, desolación, u oscuridad. Y ya estoy harto, ¡HARTO! Esos chicos necesitan algo más. Necesitan creer y confiar en que es posible un mundo bueno para ellos; un mundo, más civilizado. Un mundo, en donde sus problemas se resuelvan y se haga sin armas, violencia, o drogas.
Ella asintió, tenía razón.
—Necesitan creer en sí mismos. Necesitan más linternas y menos revólveres. Todos lo necesitamos...
—Necesitan —y miró definitivamente aquel manojo de papeles que sostenía entre sus manos—, estrellas que los guíen...
Y sin decir más, el hombre se levantó, enjugó sus lágrimas, y puso rumbo a la calle.
Había dejado algunas cosas atrás. Cosas, que ya no usaría más: su placa, su revólver, y un sobre vacío.
En él, unas letras garabateadas con cariño e ilusión, rezaban así.
Proyecto:
Star Trek
Autor:
Eugene Wesley Roddenberry

—<<Todo lo que pido es una gran nave y una estrella que me guíe>>.
Cap. James T. Kirk, citando el poema Fiebre de Mar (1902) de John Masefield

(c) Rafael Heka 2013

No hay comentarios:

Publicar un comentario