Perseidas 33Ediciones
Caricias y Batallas Ágora Editorial
Caricias y Batallas Ágora Editorial
Sólo tenían las naves...
(Microrrelato)
(Microrrelato)
Los Ángeles,
California. 1963.
Cuando escuchó la
puerta cerrarse tras él, supo que algo andaba mal.
—¿Todo bien, Wes?
—exclamó ella desde el salón.
—No —fue la derrotada
respuesta. Claro que no, cómo habría de estar bien.
Aún en shock y sobre
el recibidor, dejó caer la placa y la pistola como dos pesadas e inútiles
piedras.
—Te dije que no
fueras...
No contestó. Tenía
mucha prisa. Recogió un sobre grande escondido en el fondo de un cajón de su
mesa de trabajo, e hizo ademán de marcharse.
Al pasar frente a
ella, ésta le preguntó:
—¿Te vas? Al menos
cuéntame algo de lo que ha pasado, ¿no?
El hombre se paró en
seco sin molestarse en ocultar su afligida mirada.
Tiene
razón.
Fue hasta la cocina,
regresó al salón con un baso de agua, y se sentó en el viejo sillón donde ambos
disfrutaran tantas veces de tranquilas veladas frente al televisor.
Su rostro,
desencajado, comenzó a hablar sin dejar de mirar el sobre que ahora abría con
fruición:
—No puedo más —dijo
perdiéndose en sí mismo—. Ya, no puedo más.
Mientras ojeaba las
páginas del dossier extraído del sobre, se explicó—. El otro día, casi veo
esparcir los sesos de un conductor de autobuses a manos de una niña de quince
años. Esta noche, acabamos de recoger los cadáveres de un pobre muchacho de
color de edad parecida, junto con el de sus dos hermanos de diez y ocho. Las
tres criaturas —su voz ahí se quebró— yacían juntos en una mugrienta salita de
estar, entre cartones, víctimas de una sobredosis.
Por tratar de
apaciguarle, ella le dijo:
—Como otras veces,
¿no?
—No, hoy no.
La mujer dejó
definitivamente lo que estaba leyendo y le miró sorprendida:
—¿Por qué?
En sus ojos desolados
reventó un enérgico coraje reprimido desde hacía demasiado tiempo.
—Porque me he dado
cuenta —escupió— de por qué la oscuridad invade la inocencia de esos chicos.
Ella sintió
curiosidad.
Aferrado a aquel
amarillento dossier que por miedo había ocupado el fondo del cajón, dijo:
—Lo hace, porque el
pobre alma de esos perdidos y asustados muchachos no encuentra otra cosa con
qué alimentarse más que vacío, desolación, u oscuridad. Y ya estoy harto,
¡HARTO! Esos chicos necesitan algo más. Necesitan creer y confiar en que es
posible un mundo bueno para ellos; un mundo, más civilizado. Un mundo, en donde
sus problemas se resuelvan y se haga sin armas, violencia, o drogas.
Ella asintió, tenía
razón.
—Necesitan creer en
sí mismos. Necesitan más linternas y menos revólveres. Todos lo necesitamos...
—Necesitan —y miró
definitivamente aquel manojo de papeles que sostenía entre sus manos—,
estrellas que los guíen...
Y sin decir más, el
hombre se levantó, enjugó sus lágrimas, y puso rumbo a la calle.
Había dejado algunas
cosas atrás. Cosas, que ya no usaría más: su placa, su revólver, y un sobre
vacío.
En él, unas letras
garabateadas con cariño e ilusión, rezaban así.
Proyecto:
Star Trek
Autor:
Eugene Wesley Roddenberry
—<<Todo lo que pido es una gran nave y una
estrella que me guíe>>.
Cap.
James T. Kirk, citando el poema Fiebre de Mar (1902) de John Masefield
(c) Rafael Heka 2013
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