—¿Glim?, ¿glum? —gritó Esgorcio IV a su
intercomunicador.
El aparato no respondía.
—¿Glim? ¡Glimn! —increpó de nuevo.
Un único y agudo chisporroteo le dio a
entender que el comunicador estándar estaba fuera de su radio de acción. Dos,
realmente, hubieran sido impropios, de mal gusto, y tampoco habrían evitado que
el malhumorado gnomo acabara con su efímera existencia asfixiándolo en aquel
arenoso suelo. Y no era para menos, pues el desafortunado espécimen parecía
Nosferatu —en horas bajas— pelándose al sol de un día de playa. Vamos,
grotesco. Bueno, grotesco y desagradable, pues la piel se le daba la vuelta y
le salían pústulas y llagas[1].
Desabrido, Esgorcio IV desabrochó su bata de
laboratorio dejando al descubierto un elegante traje cobre brillante. ¡Qué calor! ¡¿Quién puede vivir aquí?, por
Graya! ¡Si se me están cociendo hasta los huevos![2]
Metiendo su huesuda mano en el interior de
la chaqueta, sacó otro aparato pequeño, metálico, con dos antenas gruesas y
cortas, muchos botones y un montón de luces brillantes de todos los colores.
Lo manipuló varias veces contemplando con
impaciencia su pantalla.
Tras comprobar que aquella atmósfera era
respirable para su organismo[3]
y no contenía ningún microorganismo que le pudiera matar, volvió a manipularlo.
Esta vez lo movió orientándolo en dirección
a la montaña, al muro y al cielo.
Cuando vio las lecturas, sus pequeñísimos
ojos se abrieron de par en par; NO PODÍA SER POSIBLE. El aparato se le cayó de
las manos al llevarse éstas a la cabeza en actitud de incredulidad e
impotencia.
El medidor le había mostrado las coordenadas
del lugar con respecto a Pelota Mecánica.
Estaba a tantísimos años luz de su planeta
que un montón de pensamientos se abalanzaron sobre su raciocinio en décimas de
segundo:
¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Cómo iba a
regresar a su casa? ¿Se salvaría?, ¿moriría?, ¿todo aquello era un sueño?
Se pellizcó para asegurarse de estar
despierto.
Sí, sí, lo estaba. El trozo de carne muerta
lo atestiguaba.
Totalmente enajenado, cogió el medidor, miró
al Monte Brecio, miró al muro en lontananza y se decantó por lo más fácil.
Se encaminó, sin saberlo, hacia el Muro de
los Colores. No tenía tiempo que perder.
* * *
No lo podía creer, después de caminar
durante una semana a través de un vasto desierto y casi morirse de hambre y
degradación celular, su avergonzado cuerpo llegó a un lugar sorprendente.
¿Qué comió? Unas píldoras de colores.
Los gnomos científicos diseñaron dichas
píldoras con la finalidad de soportar las largas jornadas de encierro en los
laboratorios.[4]
¿Qué bebió?
Mejor no lo sepáis.
¿Qué depuso?
Para eso estaba…[5]
* * *
En cuanto a las lunas de Pelota Mecánica
conviene explicar que fueron ingeniadas por los gnomos a fin de satisfacer
ciertas necesidades colectivas e individuales.
Su construcción es altamente onerosa, por lo
que sólo los más pudientes y serenos del planeta pueden permitírselo.
Gran mayoría de ellas pertenecen a las
empresas más influyentes de Pelota Mecánica; otras, al gobierno; otras, al
clero; y, por último, las que quedan, a particulares caprichosos dueños de
mansiones subterráneas plagadas de minas-bosque altamente confortables.
Las lunas del gobierno: Goma1, Goma2 y
Goma3, esconden en sus fornidas entrañas al ejército de Pelota Mecánica.
En Goma1 se atrinchera el cuerpo de
Infantería; en Goma2 se parapeta el de Artillería; y, en Goma3, se pasea de
gala la Marina o Flota Estelar.
Las lunas del clero son dos:
Graya, en donde viven los altos cargos de la
Iglesia Gnoma; y Fliquis, residencia de criados, acólitos y seminaristas
varios.
Al igual que en Pelota Metálica, las lunas
de la serie Goma están blindadas, perforadas y dotadas de una invertida
gravedad artificial sin que por ello se atraigan más de lo normal (ya me
entendéis, son lunas del ejército y estaría mal visto).
Realmente, la tasa de homosexualidad
planetaria es bastante baja en la galaxia. Hay astros a los que les gustan sus congéneres
y desarrollan órbitas de acercamiento pero normalmente no acaban bien. Suelen
ser víctimas de colisiones, muerte, y polvos estelares (como todos, vamos).
Otro caso es el de las estrellas. Ésas sí que se lo pasan bien. Pueden
juntarse, mezclarse, explotar, la leche. Al ser etéreas, pues ea, al desmadre
total sin problemas de agujeros.
En cuanto a las lunas Graya y Fliquis,
encontramos ciertas divergencias: Para empezar, la luna Graya es el único astro
que orbita alrededor de Pelota Mecánica inexplicablemente
de forma retrógrada. Además, es redondo, sí, pero de tierra monda y lironda, y
no metálico. Tampoco está socavado, luciendo irreverente su exuberante
vegetación en tonalidades verdes, rojas y azuladas, mientras insulta
abiertamente a los gnomos ortodoxos con su estrecho y circunvalante lago.
Aunque, para ser sinceros, si por algo destaca a primera vista, es por su
invisible atmósfera, artificial, presa en la gran esfera de cristal que la
contiene. (Esta pasada ingenieril es producto de una gravedad impotente y un
comercial cojonudo con ciertos problemas de alcoholismo, fugado del planeta
Druidia).
Relativo a Fliquis decir que es una luna
como todas las demás, salvo porque, de su blindaje, brotan infinidad de cañones
metálicos que permiten la continua comunicación de naves entre ella y Graya.
Cómo si no iban a estar disponibles las 36 horas del día.
Las lunas de los emporios empresariales son
sosas y más feas que un pie[6].
Sus formas son cuadradas, están burdamente blindadas, su gravedad también es
invertida, y cuentan con anodinos rascainfiernos en toda su intestina
concavidad. Su capacidad lúdica es comparable a una operación de estenosis
uretral: inexistente. Unas son almacenes, otras oficinas, y, quizás, las más
divertidas, lunas salón-de-actos para aburridas labores administrativas.
Por último, están las lunas de los
extra-archi-multimillonarios.
Definición: Co-jo-nu-das.
Pensad en todo lo que queráis. Lo tienen más
grande y de mejor calidad.
Éstas sí que no se podrían definir
estructuralmente. Las fabrican como les sale de los iron-men. Unas son
redondas, otras cuadradas, otras estrelladas, otras semiesféricas. Un verdadero
espectáculo.
* * *
Esgorcio IV, agazapado tras una gran roca, frotaba
sus ojos totalmente incrédulo[7]:
Frente a él había un demonio apoyado en un
altísimo muro de color negro, guardando con solemnidad una gran puerta de metal
oscuro.
Era enorme, aterrador, vestía un
guardapolvos de cuero negro cubriéndole enteramente, y, al menos, le doblaba la
estatura.
En fin, un mostrenco de ébano con el pelo
corto, patillas sesenteras y bigote a juego. Vamos, que no era Shaft, de puto
milagro.
¿He dicho milagro?
Un momento…
¡Anda!, pues mira, sí; qué casualidad;
resulta que se llama Shaft y está escuchando a Isaac Hayes en su mp3.
<<¿Algún problema?>>. Ja, ja, ja. @
<<¿Algún problema?>>. Ja, ja, ja. @
No, si el que se las va a comer a pares es
el gnomo de los huevos luminosos.
Que sepáis que Dindorx ha sonreído y os
sonríe burlón.
De nada,
de nada.
Pues eso, que Esgorcio IV se frotó de nuevo
los ojos.
No podía creer aquella visión. Y no podía
creerla, porque no creía en demonios. Y no creía en demonios, porque desde su
infancia, tanto en el colegio, como luego en la facultad de ciencias, las
clases de religión habían sido suficientemente explícitas con respecto ellos.
Así fue la forma en que quedó archivado en su almacén de la memoria, como una
infantil metáfora.
Pero pese a que nadie sabía de dónde habían
salido los grabados, todos ellos mostraban a los demonios de igual forma a como
ahora él estaba viendo al duende negro.
Los sacerdotes explicaban que los demonios
vivían en un lejano planeta distinto a Pelota Mecánica y que, cuando actuaban,
no eran vistos debido a su exterminador poder de invisibilidad otorgado por el
pérfido Dindorx.
En tan acertado
razonamiento debían de estribar entonces las respuestas a todas las preguntas
de Esgorcio IV. Si se elimina lo imposible, lo que quede, por improbable que
parezca, ha de ser la verdad, así que la única explicación plausible había de
ser la de un fallo en los cálculos o en la maquinaria del experimento, cuyo
resultado tuvo que haber derivado en la teletransportación hasta allí. Bueno,
eso y que los demonios existían.
También, según los sacerdotes, estos
causaron todas las catástrofes de Pelota Mecánica: El hambre, las enfermedades,
la envidia, etc[8].
Había que rendirse a la evidencia: Aquella
mala suerte, aquel fallo en la teletransportación, le había llevado al planeta
de los demonios. Magnífico, pues cuando volviera a su planeta y contara al
gobierno y a la Iglesia el lugar en donde estuvo, no dudarían en botar una
flota de naves que, en poco tiempo, se plantaría allí y erradicaría el mal de
la galaxia.
Ahora sólo tenía un pequeño y nimio
problema: Volver a Pelota Mecánica.
Sacó de nuevo su medidor y lo manipuló.
Desgraciadamente emitió un impertinente ¡Beeep!
El duende negro miró hacia la piedra y se
acercó.
—¿Quién anda ahí? —preguntó.
Esgorcio IV se encogió apretando su espalda
contra la roca.
El comunicador emitió otro pitido.
—¡Tu puta madre! —susurró el gnomo al
aparato mientras lo ahogaba entre sus ropas.
—Oh, oh —dijo el duende—, no se nos habrá
escapado otro de nuestros artilugios...
En ese momento Esgorcio IV sacó un aparato de
su chaqueta, salió de su escondrijo y apuntó al duende con él.
Éste se lo quedó mirando:
—¿Qué demonios eres tú?
El gnomo, que evidentemente no entendía ni
torta, exclamó:
—¡Glim, glumn, glum! —Es decir: —¡Atrás,
demonio!
El duende retrocedió entre cauto y asqueado.
—¿Qué quieres? —preguntó.
—¡Glum! —repitió el gnomo.
El duende volvió a decir:
—Espera, te daré algo para que nos podamos
entender. —Y metiendo la mano en su guardapolvos sacó una especie de avellana
metálica.
Se la iba a tender a Esgorcio IV cuando éste
accionó el gatillo de su pistola. La ráfaga de luz cobriza pasó rozando una de
las mangas del guardapolvos del duende estrellándose en el Muro de los Colores.
Tras el impacto, sobrevino una explosión.
El duende, ni corto ni perezoso, dejó caer
al suelo el comunicador que pretendía tender a Esgorcio IV y replegó su
guardapolvos a la altura de la cintura con el fin de poder desenfundar de su
cartuchera negra una especie de pistola.
Esgorcio IV abrió los ojos de par en par al
ver un rayo de luz negra precipitarse hacia él.
Con toda la agilidad y destreza que pudo
reunir, dio un salto hacia atrás intentando cubrirse con la piedra en la que se
escondiera antes.
El haz se le acercó y, en el preciso momento
en que le iba a carbonizar, el chasquido de un par de dedos resonó en todo el
Continente Estrellado.
Esgorcio IV desapareció y el rayo negro se
estrelló contra la piedra reventándola en mil pedazos.
El duende negro se quedó atónito.
La diosa Graya sonrió maléficamente ante su
bola de cristal mientras Shaft y Dindorx maldecían.
Con lo que iba a cobrar el gnomo…
* * *
—¡GLIMM! —chilló un gnomo en el laboratorio
donde Esgorcio IV había realizado el experimento.
Aunque sólo habían pasado segundos desde su
desaparición, estaba claro que algo había salido mal: Esgorcio IV ya tenía que
haber hecho acto de presencia en el otro platillo. Confusos, no paraban de
preguntarse a dónde podría haber ido a parar la materia desintegrada.
Sudando frío, el gnomo de los chillidos, un
tal Florcio III, se abalanzó hacia el ordenador que controlaba la
teletransportación.
Con un empujón, tiró por el suelo al gnomo
que lo manejaba y, frenéticamente, se puso a manipularlo mientras el resto de
los gnomos, nerviosamente, se afanaban por encontrar el fallo que había
volatilizado a Esgorcio IV.
De repente, se oyó un chasquido y un fogonazo.
Todos los gnomos se volvieron y contemplaron
a un Esgorcio IV que se palpaba el cuerpo asombrado.
Florcio III se aproximó y le palpó también.
Tras comprobar que estaba vivo y entero le soltó inconscientemente un montón de
disculpas intentando disuadir las ligeras manos de su superior.
El resto de los gnomos dejaron sus aparatos
y se arremolinaron junto al platillo para contemplar el milagro. Algún sádico
se acercó un poco más.
Esgorcio IV, que continuaba mirando al
vacío, levantó los brazos en actitud de silencio y gritó:
—¡Glimsno!
Todos los gnomos se callaron, incluido
Florcio III.
Ahí
viene; ahí viene la primera, pensaba el pobre operario, Hoy ceno empastes.
Esgorcio IV habló de nuevo:
—¡Graya! —bramó.
Ni Dios entendió nada.
Esgorcio IV no se explicó. No era de ello;
prefería repartir hostias. Lo que había de hacer ahora era encaminarse a la
luna Graya y hablar con la persona que creería en su visión; la persona a la
que debía de confiar los datos recogidos en el planeta de los demonios; el
máximo exponente religioso de Pelota Mecánica; el mayor enemigo de los
demonios:
La Mama Filiburcia XII.
Eso sí, por lo pronto, abriría la caja de
galletas y pillaría hasta el príncipe.
Joder, y vaya si pillaron.
En algunos sectores lejanos aún reverbera el
sonido de los bofetones…
(c) Rafael Heka
(c) 33 Ediciones
[1] Esto último no sé si será debido al célebre y
notorio hecho de que los gnomos no usen bragas. Ya sabéis, si no usas bragas, todo el cuerpo se hace llagas, como dicen las
putas de Gocertis-3.
[2] Bueno, esto tampoco es difícil. Los testículos
gnomos son la parte más caliente de todo su diminuto cuerpo; qué decir de los
que alojan allí las baterías de sus aparatos electrónicos más queridos. No, no,
literalmente; se extirpan los huevines y los sustituyen por minigeneradores
nucleares al estilo Iron-Man. Están cerca de todo, dan calor en invierno y luz
de noche; un acierto.
[3] Cojones hubiera tenido ya lo contrario.
[4] La realidad es que de gnomos nada, ¡gnomo!, y muy
listo. El tío las inventó, registró la patente, las comercializó, y ahora vive
forrado en una de las lunas de Pelota Mecánica. B-ayer I, creo que se llama.
[5] Sí, es que entre alguna de las cosas que
conseguían las pastillitas de marras
estaba la de provocar unos estreñimientos tan brutales, que algunos palmaban de
los esfuerzos. Una cosa terrorífica. Se profetizó incluso que tres gnomos con
estreñimiento B-ayer a la vez, ejecutando esfuerzos comunes, serían capaces de
modificar la órbita planetaria y provocar la debacle más grande a la que jamás
se enfrentaría Pelota Mecánica. Gracias a Graya aún no ha sucedido. Aún…
[6] Salvo para los fetichistas, claro. Pero que feas,
de cojones.
[7] Bueno, incrédulo y dolorido. No veas cómo le
cascaba el sol. Le salía la luz por el cogote…
[8] La gilipollez no. Es congénita.
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