—¿Qué es aquello que se
divisa a lo lejos? —preguntó Barael agradecido por fin de observar algo
distinto.
Alh-par-cheh respondió sin
soltar las riendas:
—¡Adunia! La ciudad más
importante de Amarilia.
Debía de tener razón porque,
a medida que se acercaban, aquellas
benditas dunas se volvían más numerosas y esperanzadoras. Poco tiempo después,
numerosos duendes amarillos correteaban ya de un lugar a otro cargados con
pesados sacos de arena.
Alh-par-cheh y Barael habían
estado cruzando el Desierto de los Cojo (perdón) de la Desorientación[1],
durante casi dos interminables días; o al menos, eso le pareció al duende
blanco, ya que, como en Amarilia no hay noches, no estaba muy seguro[2].
Antes de cruzar los límites
de la villa, Alh-par-cheh le miró y dijo:
—Espera, subiremos antes a la
Duna de la Relajación. Desde allí tendrás una mejor vista.
La Duna de la Relajación,
como su propio nombre indica, era un
promontorio de arena situado a la entrada de la ciudad cuya peculiaridad, fácil
de adivinar, era provocar en el cuerpo duendil un alivio inconmensurable. Algo
así como un relajo muscular completo capaz de hacerte perder el final de la
digestión. Ya me comprendéis…
Una vez en la cima, si a uno
le apetecía algo más que dejarse llevar y recogerse la babilla, se podía otear
la ciudad con la más absoluta de las delicias.
Barael y Alh-par-cheh
cabalgaron hasta su cumbre y contemplaron.
Adunia, esplendorosa, se
reflejó en sus pupilas.
Multitud de pequeños
amontonamientos de arena, ensartados de dorados tubos liberadores de sulfuroso
vapor, salpicaban la llanura. Eran las famosas casas-duna de Amarilia.
A Barael le asombró ver
aquellas chimeneas en un lugar tan cálido; no se explicaba cómo era posible que
alguien pudiera pasar frío bajo aquel sol tan abrasador. Por su mente pasaron
varias opciones: masoquismo, sadismo, perturbación mental.
Realmente no le hubiera sorprendido ninguna de las tres. De hecho, en
aquel momento no le hubiera sorprendido ni las tres a la vez.
Alh-par-cheh le explicó que,
en realidad, aquellas chimeneas eran los sumideros de las calefacciones frías.
—Dentro de cada vivienda hay
un gran reloj de arena—explicó—. De él brota un tubo que desemboca en el
exterior. Al ir echando arena de Amena en la parte superior; Amena es aquella
duna tan grande de color amarillo oscuro que ves allí. Fíjate con calma, es de una
tonalidad más oscura que el resto de la arena. —Y señaló con la mano.
Barael miró y, efectivamente,
allí había una duna más amarilla que todas las demás.
—Pues bien —prosiguió—, esa
arena, es arena fría; por eso es más oscura. Con ella se rellena la parte
superior de las calefacciones frías. Después, la arena cae por el reloj
rellenando el recipiente inferior a la vez que se transforma en arena corriente
y moliente.
—Ya pero... —comenzó Barael.
—Espera, que todavía no he
terminado. Lo que sucede es que esa pérdida de color es debida a que la
frescura de la arena se va perdiendo a la vez que se evapora por los tubos en
forma de aire frío. Así se refrescan las casas-duna.
—¡Es fantástico! —exclamó
Barael aliviado de no haber llegado a un pueblo de perturbados.
—Lo normal —respondió
Alh-par-cheh restándole importancia.
Lo cierto es que con la
relajación de la duna, la explicación, y el hecho de saber que habían llegado a
un lugar de descanso, ambos se quedaron por un rato contemplando sin más el
hipnotizador sarpullido de colinas con chimeneas doradas salpicadas de
deambulantes duendes.
Mirando, mirando, Barael se
dio cuenta de que además de la gran duna de Amera había otra gran duna con una
intensidad menor de lo normal.
También se dio cuenta de que,
al igual que los duendes salían a borbotones de Amera, de aquí también lo
hacían. Entonces, preguntó:
—Alh, ¿qué duna es ésa?
Alh-par-cheh se volvió y miró
hacia donde le indicaba.
—Oh, aquélla es de donde
sacamos la arena para crear nuestros relojes mágicos.
—¿Relojes mágicos?
—Sí, verás; aquí en Adunia
todos los duendes trabajan en Amera o en Amira, que es la duna de la que ahora
estamos hablando. Como puedes comprobar, Amira es menos colorida que el resto
de la arena del desierto. Esto es debido a que es arena mágica. Arena, que
jamás se acaba. Por mucha que se extraiga, nunca se termina. Con ella
fabricamos nuestros relojes.
Barael puso cara de no
entender mucho la relación que podía haber entre una duna inagotable y los
relojes de arena.
Alh-par-cheh se lo explicó:
Lo que ocurría era que como
aquella arena no se terminaba nunca, si la introducías en un reloj, jamás
dejaba de caer.
—¿Y qué utilidad tiene eso?
—preguntó Barael.
—Mucha —continuó Alh-par-cheh
indignado—. Si no fuera así, aquí llegaría un momento en que se haría de noche
y, si se hiciese de noche. —Y miró al cielo con temor—. Sería el fin de nuestra
civilización[3].
Estos relojes hacen que siempre sea la misma hora durante siempre, ¿lo
entiendes?
Barael, que no llegaba muy
bien a comprender, asintió con la cabeza.
Ya descansados y relajados,
Alh-par-cheh invitó a Barael a comer en su propia duna.
El duende blanco aceptó y,
juntos, descendieron tranquilos en dirección a Adunia.
* * *
Lo cierto es que la metrópoli
bullía de más actividad duendil de la que parecía desde lo alto. Sería por la
relajación.
Multitud de escarabajos
dorados brillaban en sus calles cruzándose con gigantescas orugas amarillas
cargadas de sacos de arena mientras una miríada de duendes hacían las
intenciones de caminar a sus destinos entre el incesante tráfico.
Sin lugar a dudas, Adunia era
una próspera ciudad.
Próspera y sorprendente, pues
sus casas, las mismas que desde lo alto parecieran simples dunas, ahora se
dejaban descubrir rasgando el velo del espejismo en forma de variopintas
construcciones.
Algunas seguían siendo
míseros montículos, sí; sin embargo, en el centro, la cosa cambiaba.
Allí, cada duende diseñaba su
hogar como quería utilizando (palabras de Alh-par-cheh) un engrudo a base de
arena y nah-tih-llas[4].
Después, se le daba la forma
deseada.
Ambos duendes se habían
bajado del escarabajo y caminaban por las calles contemplando los edificios.
Dos de ellos semejaban
perfectamente una taza de té. Otro se parecía a un queso con agujeros. Otro, a
un limón. Otro, a una caja de galletas. Así todos.
Según le contó Alh-par-cheh,
aquella era una tradición muy antigua y poco conocida, y es que, para que una
casa no se cayera, había que mezclar las nah-tih-llas con la arena de una
manera exacta; de lo contrario ésta se hundía, convirtiéndose en una simple
duna.
Tras un pequeño paseo, llegaron
a una casa-duna con la forma de una porción de pastel. Un pastel de limón y
nata.
—Bueno, aquí es —dijo
Alh-par-cheh.
—¿Aquí? —preguntó Barael.
—Sí, ésta es mi casa
—respondió mientras ataba las riendas del escarabajo a un tenedor gigantesco clavado
en la arena—. Adelante.
Entraron por una puerta de
cristal amarillo.
Dentro, todo era
sorprendente.
Las mesas, las sillas, los
aparadores, todo, se había manufacturado en gelatina de limón con consistencia
pétrea; Las paredes y el techo, de engrudo arenoso.
—Ten, siéntate —le dijo el tratante acercándole una silla en
forma de magdalena.
Barael contempló todo,
reparando principalmente en la chimenea fría a la que había aludido
Alh-par-cheh.
—Así que es ésa la...
Alh-par-cheh le miró y
asintió mientras preparaba una jarra de limonada.
Barael se levantó de la silla
y contempló el ingenio.
La arena, a medida que caía,
cambiaba de color mientras un fresco vapor salía por un tubo conectado a la
pared.
Alh-par-cheh sirvió la
limonada en unos grandes vasos de cristal y le preguntó:
—Bueno, ya estás en la
capital. Ahora qué.
Barael se acercó a la mesa y
se tomó pensativo el vaso de limonada. Estaba fría y fresca. Al término,
exclamó sin miramientos:
—Pues no lo sé, creo que, por
lo pronto, he de visitar a Amaronte.
—¡¿Amaronte?! —preguntó
sorprendido Alh-par-cheh mirándole receloso.
—Sí, Amaronte —respondió
Barael sosteniendo su mirada.
El duende amarillo se levantó
y dejó los vasos en la alacena mientras decía:
—Nadie va nunca a visitar a
ese brujo. Se fue de Adunia hace muchísimos años. Se rumoreaba que tenía pactos
con el Gran Maligno Amarillo.
—¿Y quién es ése? —preguntó
Barael desconcertado.
—Es un despiadado ser que
habita en las arenas de Amarilia. Su tamaño es inimaginable y navega por las
profundidades arenosas devorando lo que encuentra a su paso. Vive bajo tierra
porque allí las temperaturas no son tan fuertes. Una vez, hace ya muchos
siglos, el frescor de la ciudad le hizo emerger a la superficie provocando el
caos y la destrucción. Entonces, la única persona que tenía los conocimientos y
el poder suficiente para derrotarlo era un enigmático duende de origen
desconocido llamado Amaronte. Sin embargo, cuando las fuerzas vivas le pidieron
ayuda, éste se negó y huyó de la ciudad recluyéndose en los confines del país.
Pasado el tiempo se dijo que había construido una torre de arena y que habitaba
en ella. En cuanto al Gran Maligno, destruyó parcialmente la ciudad, mató a los
duendes que quiso, y luego se marchó por donde había venido. Desde entonces no
se le ha vuelto a ver. Gracias a Dindorx.
—¿Y Amaronte? —preguntó
Barael de nuevo.
—Como te dije antes, vive
confinado en su torre de arena pétrea. Dedicado por entero a la práctica de las
artes oscuras. Lejos de todos, al menos.
>>Lo que está claro
—continuó, tratando de restañar su resentimiento—, es que no hay nadie que me
pueda causar mayor asco y repugnancia. No sé para qué necesitas verle, pero mi
consejo es que no te acerques por su torre. Es un lugar peligroso. Además, he
oído que allí no brilla el sol. El brujo, con sus malignas artes arcanas, ha
creado una permanente y densa nube de algodón amarillo permitiendo que la torre
esté refrigerada sin necesidad de ninguna calefacción fría.
>>Nadie que no sea el
propio Amaronte puede entrar o salir de esa torre. Su acceso, protegido
mágicamente, no es visible a no ser que uno lo conozca de antemano.
>>Si aun así lo deseas,
lo vas a llevar, difícil no, lo siguiente…
De repente, como una
advertencia del averno, el suelo tembló, el techo se resquebrajó y comenzaron a
caer esquirlas.
Seguidamente, las paredes se
abrieron y toda la casa se convulsionó amenazando con reventar hecha escombros.
Alh-par-cheh y Barael
saltaron por la ventana más cercana, rompiendo los cristales.
En la calle reinaba el caos.
Los duendes corrían despavoridos
evitando los cascotes. Las casas multiformes se derrumbaban hechas pedazos
mientras los escarabajos volaban y las orugas se hundían en la tierra presas
del pánico.
Toda la calma que hasta el
momento parecía imperar en la ciudad se había desvanecido.
A trompicones, pues el suelo
temblaba fuertemente, Alh-par-cheh desató a su enloquecido escarabajo y ambos
se montaron en él cabalgando velozmente hacia el epicentro del terremoto.
En su tortuoso camino, varias
veces estuvieron a punto de perder la vida a causa de los derribos, los
desesperados o las zanjas del terreno.
Una vez en el centro de la
ciudad, Alh-par-cheh exclamó:
—¡Dindorx!
—¡Santo Dindorx! —apostilló
Barael.
Usurpando el lugar en donde
antes estuvieran las casas de los duendes pudientes, una gigantesca cavidad se
lo había tragado todo.
Se lo había tragado y se lo
seguía tragando.
En aquella oquedad no se
distinguía el fondo, sólo se contemplaba el caer frenético de millares de
duendes junto a cientos de casas.
Las víctimas aullaban y
gritaban histéricamente implorando ayuda.
—¿Es ése el Maligno, Alh?
—En efecto, ESO es el Maligno. —Y espoleó
fuertemente al escarabajo.
Los dos duendes salieron de
allí súbitamente, cabalgando entre las ruinas de la ciudad en dirección a la
Duna de la Relajación.
Desde allí contemplaron la
tremenda desolación. La monstruosa oquedad crecía a cada víctima que ingería.
—¿Qué podemos hacer?
—preguntó Barael.
—Me temo muchacho —escupió
resignado el tratante—, que tu deseo se va a cumplir. Al igual que antaño, sólo
un duende puede detener esto.
—¿Te refieres a...?
—Me refiero a Amaronte.
Vamos, no tenemos tiempo que perder.
Alh-par-cheh fustigó de nuevo
al escarabajo y éste puso rumbo norte dejando tras de sí una tremenda
polvareda.
(c) Rafael Heka
(c) 33 Ediciones
[1] Bueno, lo cierto es que la mayoría de los lugareños
conocen coloquialmente al desierto como el Desierto de los Cojones. Por lo de
tener que estar castrado para cruzarlo y todo eso. También circula la leyenda
de que en alguna parte hay un tesoro enterrado compuesto de testículos dorados…
[2] Otra putada para los fabricantes de lámparas y
bombillas. El que se forró fue Ar-Net-tte, un humilde duende que comercializó
la idea de ponerse unos cristales ahumados en los ojos para evitar la radiación
solar y ver mejor.
[3] Supersticiones baratas. Lo único que ocurriría es
que se quedarían más cegarrutos que un topo en la costa del sol. Sus ojos,
adaptados a la permanente luminosidad, carecen de dilatación pupilar, con lo
que de noche, lo dicho, no verían ni pum. Aquello parecería “El día de los
trífidos”, pero sin trífidos. Ya sabéis, la novela de John Wyndham. Bueno,
ocurriría eso y la generación del consiguiente papeleo burocrático para
hacerles evolucionar más deprisa, etc, etc, etc. Vamos, un lío. Por eso Dindorx
no deja que se agote la duna de marras.
[4] Las nah-tih-llas se elaboran principalmente con
leche y huevos. Bien, se da el caso de que dicho compuesto resulta una de las
sustancias más duras del universo una vez se ha secado al sol de Adunia durante
dos días, o lo ha hecho bajo una incandescencia artificial de 3.000
quematrones. ¿Por qué? Por la leche de hormiga y los huevos de oruga.
Aunque hay expertos que afirman que realmente la dureza es por la leche de
hormiga (sustancia a extraer de las gigantescas zánganas de Ang-gosth, con gran
desagrado para las mismas), no se tiene claro del todo. Aun así, se dice que
sólo la leche ordeñada es la buena, porque las zánganas, a mala hostia, le
inoculan una sustancia para que no se pueda ingerir. Ah sí, las nah-tih-llas no
son comestibles. Las comestibles son las natih-llas, que se cocinan con lo
mismo, pero con leche de zángana sin ordeñar, de la que dejan en las cámaras
para que sus crías se alimenten. ¿Cómo se ordeña a una hormiga? No queráis
saberlo. Requiere de un baile ceremonial y varias posturas denigrantes a fin de
que la hormiga se ponga tierna. Además, no siempre se consigue, normalmente
acabas violado, decapitado, o ambas cosas en orden aleatorio. Es algo sólo para
expertos que luego cobran una pasta en la comercialización. Por eso al final
sube la vivienda, etc, etc, etc.
gracias
thanks
thanks
спасибо
感謝
merci
dank
dank
go raibh maith agat
спасибі
No hay comentarios:
Publicar un comentario